Una brisa cargada de olores de primavera acaricia el viejo monasterio perdido desde hace siglos entre frondosas montañas verdes... Ariel trabaja laboriosamente en él, reconstruyendo una pared derruida por el inexorable paso del tiempo. Los sacos de cemento que ha ido transportando en su hombro, han hecho que la tostada piel que cubre su escultural cuerpo, se llene de gotas de sudor, empapando su raída camisa de cuadros azules y blancos. Lo que le produce incomodidad para trabajar, y decide quitársela a pesar del reparo que le produce quedarse sólo con el pantalón tejano de peto, en un recinto sagrado.
Sin él saberlo, está siendo observado por unos ojos celestes, que con mirada lasciva, recorren ésos esculpidos pectorales rasurados, coronados por unos orgullosos pezones que sobresalen con altanería, al quedar su torso al descubierto después de caer la sudada camisa al suelo... La visión de ése adonis albañil poniendo ladrillos bajo un sol justiciero con sus fornidos brazos, luciendo un tórax lleno de gotas de sudor. Excita tanto al joven novicio, que su corazón palpita cada vez más rápido, formando una melodía que levita en el aire que comparten. Con los ojos entrecerrados, el joven monje empieza a acariciarse el gran bulto que sobresale ya de su entrepierna. Sus sueños rebeldes han desaparecido y sin rejas, ha empezado a verse de rodillas ante el musculoso albañil, desabrochando uno a uno, los botones de la bragueta de sus vaqueros llenos de cemento, que rezuman virilidad para liberar de ellos el gran pollón que se esconde dentro... El novicio está cada vez más cachondo, sabe que está pecando y empieza a rezar quedamente una oración. Pero su cuerpo, que ya ha roto las cadenas, sigue excitándose. Y desliza su suave mano blanca por debajo del habito, para empezar a masturbarse frenéticamente, imaginando que ése prepucio circuncidado se hunde entre sus carnosos ardientes labios sedientos de sexo, hasta llenarle toda la boca con ése rabo castigador... En su éxtasis, siente cómo un chorro de leche caliente le llena la boca, desbordándose por la comisura de sus labios, manchando el habito de gotas de semen... En ese mismo instante, nota cómo su polla empieza a derramar leche, llenando su mano que sigue masturbándose.
Los jadeos han llevado al robusto albañil hasta el joven novicio, que con los ojos aún cerrados y la polla prisionera entre sus dedos mojados de las últimas gotas de semen. Nota como unas gruesas manos encallosadas le dan la vuelta con autoridad, poniendole contra la pared... quiere liberarse de él, pero un musculoso brazo le impide moverse, a la vez que con el otro le levanta el hábito y le rompe los calzoncillos blancos... su cuerpo tiembla como una hoja, en medio del vendaval de nuevas emociones que está viviendo. Inmerso en ése delirio sexual, el rabo del fornido albañil enviste sin compasión ése culito, robando su virginidad vivida hasta entonces como un largo otoño... El novicio grita profiriendo insultos contra el obrero, pero poco a poco, esos improperios van convirtiéndose en suspiros de placer, pidiendo que le meta la polla hasta las entrañas... Igual que esa luna que de baja, esa noche se esconde tras el tejado, su sentimiento de culpa ha desaparecido también y como gotas de lluvia que se arrojan a los pies de las nubes, él se deja ir y suplica al albañil que le castigue su culito caliente, con ése largo y grueso falo, que arde dentro de él y que al final revienta en su interior llenándolo de leche.
Unas lágrimas de felicidad se deslizan por las dulces facciones de la cara del joven monje, que permanece apoyado en la pared, mirando cómo el albañil, después de abrocharse los botones de la bragueta de sus desgastados jeans, vuelve a colocar ladrillos en la vieja pared.
Jaume Serra Viaplana.
Fotografía: Andrés Mauri. www.queerdarkphoto.blogspot.com
Modelo: Jaume Serra Viaplana. jacobbarcelona@gmail.com