Kevin tuvo una infancia caótica y una adolescencia problemática. Un amor adictivo hacia las mujeres bellas, persiguiendo como un grial inalcanzable la felicidad a través de una vida disoluta de fiestas, sexo y excesos continuos. Hasta acabar en el hospital con un brote psicótico, después de una ingesta de belladona. Al salir, decidió retirarse unos días a un monasterio perdido en medio de un valle profundo y silencioso. Los monjes van y vienen con la cabeza baja y las rosadas manos escondidas dentro de las anchas mangas de su hábito. Ni un sólo ruido... Kevin está dentro de la celda. Quiere que una verdad desconocida lo venga a salvar, pero la única certeza que se le hace evidente es la excitación que le produce, aquel hombre que, delante suyo, cuelga de un crucifijo, allí clavado en la pared. Los clavos que sujetan los pies, las palmas de las manos, le hacen sentir punzadas de deseo...
Está estirado sobre un catre humilde, envuelto por un silencio que ya se le empieza a hace demasiado espeso. Se levanta súbitamente y descuelga el crucifijo de la pared. Toma un sorbo de agua de la jarra que descansa en la desnuda mesita de noche y con la boca aún húmeda llame aquellas huesudas rodillas, su lengua nota la suavidad de la madera mimada con la destreza que el amor impregna el arte sacro... un coro de voces masculinas interrumpe con suavidad el silencio... aquellos graves chorros de sones latinos se le meten por el agujero del culo y le salen por las cejas... Sabe que ahora ya no podrá resistirse. Sale al pasillo, es la hora del angelus nocturno y como ayer y anteayer y el otro... percibe el cuerpo delgado y fibrado de aquel fraile de mirada gris y descarada que atraviesa las fibras de la puerta cerrada. Kevin se levanta y abre con sigilo. El novicio le empuja hacia adentro y cierra la puerta con una cerradura inexistente. Se saca el hábito y lo empieza a besar con efusión por todo el rostro. Kevin ve como los labios del joven fraile van enrojeciendo cada vez más debido a los clavos que parecen salir de su negra barba cerrada de tres días. Kevin pone las dos manos en las nalgas del culo del novicio, lo nota duro, firme, suave como la seda... con las manos en el pecho de Kevin, el fraile lo hace sentar en la cama. Se coge su gruesa y larga polla, marcada por un par de venas inflamadas por el deseo, y se la pasa por los labios. Kevin la engulle, lentamente, sintiendo como aquel miembro joven y viril ferviente de pasión le llena la boca y acaricia la campanilla de la garganta. Vistiendo el rosado capullo de ésa fantástica verga con un hábito de saliva y se coloca a cuatro patas. El fraile está detrás suyo, escupe dos, tres veces alrededor del ano y con el dedo se lo friega lentamente.
Kevin va notando cómo el dedo viscoso de saliva va haciendo ensanchar su agujero oscuro, virgen hasta ése momento. Nota como el glande a punto de explosionar de ese joven y guapo monje quiere penetrarlo y lo deja hacer, se relaja. Su cuerpo vibra de placer en cada envestida del rumbero fraile que como un fuerte chavo que es, lo está cogiendo bien rico. Una de las blancas y suaves manos del monje le coje los cojones, se los aprieta, los estruja... con uno de sus dedos mojados por un prematuro chorro de esperma, le toca el agujero de la punta del rosado y caliente capullo de Kevin. con un gesto de autoridad, lo hace girar y sus bocas, por primera vez, se buscan... Ahora Kevin ya sabe que ha venido a buscar en ése jodido rincón perdido del mundo...
Jaume Serra i Viaplana.
Modelo: Jaume Serra i Viaplana.