domingo, 10 de febrero de 2013

Follada de gladiador


El alba vuelca sus rosas en la copa del cielo, inundando de rubís la alameda que rodea la imperial Roma. Las respiraciones fuertes y entrecortadas de Cornelius el africano y Espartacus, se diluyen en la brisa juguetona que hace danzar alegremente las hojas caídas de los álamos, alrededor de los dos gladiadores que yacen sobre la húmeda hierba completamente agotados... En sus musculosos cuerpos atléticos empapados de sudor, se clavan las tiras de cuero que llevan en los tobillos, muñecas y rodillas, como gladiadores hoplomacus que son. El gran escudo y casco con visera y cimeras, los han tenido que abandonar por el camino para correr más ágiles y no ser alcanzados por la guardia pretoriana de Julio César.

Esa noche que muere lángidamente, como todas las noches antes del combate, les daban fiestas. Ya que  podía ser la última  noche de sus vidas y les agasajados con orgías y toda clase de placeres. Los gladiadores eran los más deseados por ser hombres grandes y vigorosos... Esa velada, Julio César se encaprichó de Espartacus, pero este lo rechazó y decidió huir con su amante Cornelius. Julio César enfurecido por tal desprecio decidió ejecutarlo como ya hizo con el jefe galo Vercingétorix, uno de sus grandes amores, al que después de darle muerte, ordenó cortar su larga cabellera rubia para confeccionar una peluca que cubriera su calvicie. Lejos quedan los tiempos de aquella Roma libre de prejuicios hacia las relaciones homosexuales siendo de considerable aceptación entre emperadores, ya nadie recuerda al joven Julio César, alto, esbelto, de una belleza casi femenina y ojos negros que enamoraron al rey de Bitinia para convertirlo en su amante...

Bajo los destellos plateados del último lucero que aún rasga la bóveda celeste, Cornelius mira con dulzura los amorosos ojos verdes de Espartacus que destilan pasión. No puede evitar sentir en su estómago como un reboloteo de mariposas. Los dos saben que están sintiendo lo mismo... Una sonrisa de complicidad se les escapa de sus carnosos labios al tiempo que Cornelius pega su frente contra la de Espartacus y cierra los ojos... Con la melodía de fondo del latir acelerado de sus corazones excitados, Cornelius abraza a Espartacus estrechando su cuerpo contra su pecho desnudo... acaricia con ternura su nariz recta... sus labios carnosos y perfilados y le aparta el largo mechón de cabello azabache que le cae sensualmente sobre la mejilla. Cautivo por completo por esas facciones seductoramente inocentes, se acerca a su boca, deseándola como jamás ha deseado algo y lo besa con pasión obligándole a abrir la boca con la lengua mientras siente como su verga se endurece presionando suavemente el cuerpo de Espartacus... sus cuerpos se tensan...

Cornelius libera su excitado falo cautivo en su indumentaria de gladiador y con un brusco movimiento, arranca el cinctus de Espartacus dejando al descubierto una inmensa polla erecta y enrojecida... En sus cuerpos desnudos, marcados por las cicatrices en decenas de luchas contra los mejores gladiadores del imperio, reverbera la luz rosada del incipiente día que va naciendo tímidamente... Cornelius enredado entre las piernas de Espartacus desliza su lengua lentamente por su cuello, por su pecho, hasta llegar a sus amarronados pezones, que besa y mordisquea, mientras nota como se endurecen al apretarlos con los dientes... Espartacus siente una agradable sensación que le baja hasta la ingle, haciéndole arquear el cuerpo y empieza a gemir, excitado como nunca. Cornelius, llevado por el frenesí, ya sólo piensa en poseerlo hasta dejarle sin sentido. Y sin más, le introduce todo su largo y endurecido falo lubricado en las calientes posaderas de Espartacus, envestiéndolo cada vez más deprisa, arqueando su espalda para llegar a sus más profundas entrañas e inundar de un placer enloquecedor todo su cuerpo. Para Espartacus, la sensación de ser poseído por Cornelius, siempre era una experiéncia mística que lo llevaba al éxtasis... De pronto, Cornelius da una salvaje gran envestida y con furia desatada, empieza a bombear todo el semen de los dioses dentro de Espartacus...

Cornelius permanece abrazado a Espartacus con su polla aún endurecida dentro de él. Su cálida respiración acaricia la suave piel de la espalda de Espartacus... De pronto, un golpe seco de espada, decapita a Cornelius y al momento, otra espada  hace rodar la cabeza de Espartacus. La guardia pretoriana de Julio César ha cumplido silenciosamente las ordenes, después de seguir a sus presas toda la noche bajo los pétalos de oro que dejaban caer las estrellas, han cortado las cabezas de los dos gladiadores para llevarlas a Julio César.

La roja sangre de Cornelius y Espartacus, se mezcla diluyéndose entre la hierba de la alameda.

Jaume Serra i Viaplana

Fotografía: Andrés Mauri www.queerdarkphoto.blogspot.com
Modelo: Jaume Serra i Viaplana.

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