viernes, 27 de septiembre de 2013

Lenguas húmedas


Eclipsado por la magia de la noche, le miré de lado, dejando que la luna iluminara su rostro. Andrèi sacó un cigarrillo y se lo deslizó por sus carnoso labios de suave carmesí. Lo miraba completamente hipnotizado, dió una calada y expulsó el humo de un suspiro, dejando en la oscuridad de la noche, una pequeña nube blanca, que mágicamente levitó unos segundos encima nuestro, diluyendose lentamente en las tinieblas.

Alargue la mano y le acaricié el rostro suavemente, palpando su negra barba rasurada. Gocé intensamente sintiendo por él esa atracción, que me producía una especie de opresión indolora en el pecho, llenándome de amor y deseo hacia Andrèi. Hacía rato que yacíamos desnudos sobre el césped del jardín de mi casa de Rostov del Don, en sur de Rusia, cerca del mar de Azov. Mirando un cielo cuajado de parpadeantes luceros. Al instante noté como mi pene empezaba a endurecerse ante la visión de su joven cuerpo desnudo, su pelo negro como el azabache completamente rizado le daba una apariencia jovial de juventud imperecedera. Estaba atrapado por la belleza de sus alegres ojos verdes y de su pícara sonrisa que se le escapaba de entre sus sensuales labios.

Embriagado de sentimientos y excitación, le miré provocativamente con deseo irrefrenable. Y antes que pudiera reaccionar me tenía entre sus brazos. Notaba su respiración nerviosa y caliente en mi cuello. Por primer vez en mi vida me sentía deseado y querido. Hasta  que lo conocí, siempre me había sentido como una Criatura del Averno, condenado a la eterna peregrinación sin descanso ni cuartel, en busca del amor. Mis ojos ya no estaban tristes. Andrèi había eliminado de mi boca la palabra soledad. Se había acomodado a mi regazo y me prometió que nunca iba a marchar.

Su largo y sedoso pene estaba tremendamente duro, presionando el mío con autoridad. Nuestros prepucios se lubricaban generosamente... los corazones retumbaban dentro de nuestras cajas torájicas, como timbales antes de librar la gran batalla... Una sonrisa pícara entre tímida y desafiante, como si fuese un niño que va a hacer  una travesura salió de su boca, a la vez que su mirada cargada de deseo, se posaba en mis glúteos.

En unos segundos se alzó del césped y cogió un trozo de helado de nata, que quedaba medio deshecho en el plato de postre que habíamos traído del comedor. Y dándome la vuelta para ponerme boca a bajo, me deslizó con sus suaves dedos el helado ya derretido por el agujero de mi ano... sus fuertes manos separaban mis nalgas para poder meter su lengua más adentro y sorber en él, lamiéndo con glotonería insaciable todo el sabroso helado de nata que se esparcía en mi caliente culo...

Andrèi, como buen bailarín que era, hacía tiempo que formaba parte del ballet clásico del legendario Teatro Bolshói de Moscú.  Movía su cuerpo encima de mí, con un ritmo y sensualidad de manera impresionante. Su lengua castigaba mi ano con unas lamidas tan apasionadas y viciosas, que no podía dejar de gemir de placer ni un sólo instante.

Al rato, se puso de rodillas ante mí y sus musculosos brazos me dieron la vuelta, levantando mis piernas abriéndolas más. Con suma delicadeza introdujo su largo y erecto falo lubricado en mi culo sediento de sexo. Sus envestidas, cada vez más rápidas hacían que sus huevos chocasen constantemente contra mi castigado trasero... El placer desbordaba mi cuerpo... De pronto, noté cómo la musculatura de Andrèi se ponía rígida. Al instante, aullando cómo un poseso empezó a derramar en mis entrañas toda su leche caliente y espesa... tenía la sensación que estaban entrando litros de semen dentro de mí.

Estaba tan tremendamente cachondo, que aún con la polla de Andrèi dentro mio, empecé a masturbarme frenéticamente ante su mirada lasciva...

Jaume Serra i Viaplana.

Fotografía : Andrés Mauri
Model       : Jaume Serra


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