jueves, 28 de febrero de 2013

Virginidad perdida


Ya no hay rosas ni cipreses ni labios rojos a los que besar; ni auroras que con su inmenso rubí cintile en el cielo; ni crepúsculos de techos de amatista; ni penas ni alegrías... sólo hay el vacío. Sin ti, mi suerte y la del universo ya no me importan. Tu ida ha extinguido el brillo fatuo del alba, que llenaba de luces de colores mi vida... Mi corazón lacerado ya no quiere seguir latiendo. Quiero franquear el umbral de las tinieblas, entrar en la noche de los sepulcros... que mi alma se desprenda de mi cuerpo y se arroje tras el velo que flota entre el universo y el eterno... Tú eras mi todo.

La sedosa cabellera dorada de Eudald, revolotea  sobre su cara, movida por la brisa matinal que entreabre las flores silvestres, acariciando sus pétalos. En su bello rostro se han secado las fuentes del llanto. Su escultural cuerpo desnudo, se erije majestuosamente como un monumento a la belleza pura... a sus pies descalzos, las violetas despliegan su esplendido ropaje morado, cubriendo la pared rocosa del precipicio que se extiende delante de él.

El cuerpo de Eudald está ante el vacío, sereno, con la mirada perdida. Su mente está inmersa en el recuerdo de ese lejano día, en que embriagado de amor por Biel, su hermano mayor . Se entregó a él en cuerpo y alma, ofreciéndole su virginidad, una mañana que el sol había dispersado ya las estrellas de una noche romántica. Y entre sábanas de raso celeste, Eudald bebió de la boca de su hermano el néctar del amor y se entregó al placer...

Biel, ardiendo de pasión por Eudald, besó lentamente su virginal cuerpo rasurado, hasta llegar a su ano glotón, que lo lamió con frenesí. Haciendo que Eudald no dejara de gemir ni un solo instante... Cuando estuvo bien lubricado por su saliva. Biel introdujo con sumo cuidado todo su endurecido miembro viril, llegando hasta las mismísimas entrañas de Eudald... Los dos se entregaron a ese placer arcano que te lleva al Edén, cuando se está ungido por el aroma del amor y el deseo. Biel cabalgó dentro de su hermano, con una pasión indomable. Un deseo feroz devoraba sus cuerpos, sin dar más tregua a sus pasiones, Biel en una espasmotica envestida, dejó todo su diabólico brebaje dentro de Eudald quedando este hechizado para siempre.

Eudald sabe que no quiere vivir fuera de la prisión de los deseos de Biel, a los que durante años ha estado completamente sumiso, pero ahora... Biel le ha enviado un mensaje en el que le dice que lo deja por Marc, su nuevo amor y padre de ambos. Eudald sabe que no puede cambiar el universo, por eso quiere unirse a él... Con la mirada perdida en el infinito, grita al vacío el nombre de su amado, que vuelve en un eco lastimero... Biel... Biel... Biel...

Eudald se ha excitado tanto, recordando cómo lo poseyó Biel el día que perdió su virginidad y todos los días y noches que les han sucedido en éstos años en los que su hermano ha sido el copero que le ha ofrecido el brebaje del amor y el sexo del que ha bebido con verdadera ansia, hasta la última gota... Sin darse apenas cuenta, ha empezado a masturbarse regocijándose en ése recuerdo... De pronto, siente unos espasmos en su cuerpo y un chorro de semen sale con fuerza de su largo y grueso pene. En ése instante, Eudald se entrega a los brazos del eco, que desgrana en el aire de cristal el nombre de Biel... El libro del destino queda cerrado.

Su alma cabalga ya desnuda por el limbo sideral.

Jaume Serra i Viaplana.

Fotógrafía: Andrés Mauriwww.queerdarkphoto.blogspot.com
Modelo: Jaume Serra i Viaplana.

domingo, 10 de febrero de 2013

Follada de gladiador


El alba vuelca sus rosas en la copa del cielo, inundando de rubís la alameda que rodea la imperial Roma. Las respiraciones fuertes y entrecortadas de Cornelius el africano y Espartacus, se diluyen en la brisa juguetona que hace danzar alegremente las hojas caídas de los álamos, alrededor de los dos gladiadores que yacen sobre la húmeda hierba completamente agotados... En sus musculosos cuerpos atléticos empapados de sudor, se clavan las tiras de cuero que llevan en los tobillos, muñecas y rodillas, como gladiadores hoplomacus que son. El gran escudo y casco con visera y cimeras, los han tenido que abandonar por el camino para correr más ágiles y no ser alcanzados por la guardia pretoriana de Julio César.

Esa noche que muere lángidamente, como todas las noches antes del combate, les daban fiestas. Ya que  podía ser la última  noche de sus vidas y les agasajados con orgías y toda clase de placeres. Los gladiadores eran los más deseados por ser hombres grandes y vigorosos... Esa velada, Julio César se encaprichó de Espartacus, pero este lo rechazó y decidió huir con su amante Cornelius. Julio César enfurecido por tal desprecio decidió ejecutarlo como ya hizo con el jefe galo Vercingétorix, uno de sus grandes amores, al que después de darle muerte, ordenó cortar su larga cabellera rubia para confeccionar una peluca que cubriera su calvicie. Lejos quedan los tiempos de aquella Roma libre de prejuicios hacia las relaciones homosexuales siendo de considerable aceptación entre emperadores, ya nadie recuerda al joven Julio César, alto, esbelto, de una belleza casi femenina y ojos negros que enamoraron al rey de Bitinia para convertirlo en su amante...

Bajo los destellos plateados del último lucero que aún rasga la bóveda celeste, Cornelius mira con dulzura los amorosos ojos verdes de Espartacus que destilan pasión. No puede evitar sentir en su estómago como un reboloteo de mariposas. Los dos saben que están sintiendo lo mismo... Una sonrisa de complicidad se les escapa de sus carnosos labios al tiempo que Cornelius pega su frente contra la de Espartacus y cierra los ojos... Con la melodía de fondo del latir acelerado de sus corazones excitados, Cornelius abraza a Espartacus estrechando su cuerpo contra su pecho desnudo... acaricia con ternura su nariz recta... sus labios carnosos y perfilados y le aparta el largo mechón de cabello azabache que le cae sensualmente sobre la mejilla. Cautivo por completo por esas facciones seductoramente inocentes, se acerca a su boca, deseándola como jamás ha deseado algo y lo besa con pasión obligándole a abrir la boca con la lengua mientras siente como su verga se endurece presionando suavemente el cuerpo de Espartacus... sus cuerpos se tensan...

Cornelius libera su excitado falo cautivo en su indumentaria de gladiador y con un brusco movimiento, arranca el cinctus de Espartacus dejando al descubierto una inmensa polla erecta y enrojecida... En sus cuerpos desnudos, marcados por las cicatrices en decenas de luchas contra los mejores gladiadores del imperio, reverbera la luz rosada del incipiente día que va naciendo tímidamente... Cornelius enredado entre las piernas de Espartacus desliza su lengua lentamente por su cuello, por su pecho, hasta llegar a sus amarronados pezones, que besa y mordisquea, mientras nota como se endurecen al apretarlos con los dientes... Espartacus siente una agradable sensación que le baja hasta la ingle, haciéndole arquear el cuerpo y empieza a gemir, excitado como nunca. Cornelius, llevado por el frenesí, ya sólo piensa en poseerlo hasta dejarle sin sentido. Y sin más, le introduce todo su largo y endurecido falo lubricado en las calientes posaderas de Espartacus, envestiéndolo cada vez más deprisa, arqueando su espalda para llegar a sus más profundas entrañas e inundar de un placer enloquecedor todo su cuerpo. Para Espartacus, la sensación de ser poseído por Cornelius, siempre era una experiéncia mística que lo llevaba al éxtasis... De pronto, Cornelius da una salvaje gran envestida y con furia desatada, empieza a bombear todo el semen de los dioses dentro de Espartacus...

Cornelius permanece abrazado a Espartacus con su polla aún endurecida dentro de él. Su cálida respiración acaricia la suave piel de la espalda de Espartacus... De pronto, un golpe seco de espada, decapita a Cornelius y al momento, otra espada  hace rodar la cabeza de Espartacus. La guardia pretoriana de Julio César ha cumplido silenciosamente las ordenes, después de seguir a sus presas toda la noche bajo los pétalos de oro que dejaban caer las estrellas, han cortado las cabezas de los dos gladiadores para llevarlas a Julio César.

La roja sangre de Cornelius y Espartacus, se mezcla diluyéndose entre la hierba de la alameda.

Jaume Serra i Viaplana

Fotografía: Andrés Mauri www.queerdarkphoto.blogspot.com
Modelo: Jaume Serra i Viaplana.

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